miércoles, octubre 03, 2007

Prestigio social

He leído el libro de Steven Pinker "Cómo funciona la mente" (genial, dicho sea de paso), y hay una parte muy buena que habla del prestigio. Qué desastroso e irracional este afán nuestro por conseguirlo, perpetuarlo y acrecentarlo.

Parece que en todas las culturas, independientemente del estatus social y las formas, buscamos acrecentar y mantener nuestro prestigio. Para conseguirlo hay dos vías complementarias, una es la violencia y otra la generosidad.

Los hombres, entre nosotros, nos podemos ver de dos maneras: como los duros con los que es mejor no bromear y como los pringadillos de los que uno puede aprovecharse, de modo que, sea real o de imitación, nuestra actitud de hinchar el pecho y endurecer el rostro previene a los demás de que no pertenecemos a la segunda categoría.

Muchas peleas comienzan por una nimiedad pero, especialmente entre quienes viven más alejados de la justicia estatal, dejar una humillación sin venganza supone que habrá nuevas humillaciones, por tanto se hace imperativo devolver cualquier afrenta. Muchas veces basta con la amenaza, pero tiene que quedar claro que uno está dispuesto a cumplir con sus amenazas. El menos racional, el más loco y dispuesto a jugársela por su honor, es el que da más credibilidad a sus amenazas y tiene las de ganar, al menos dentro de un mismo estatus.

Pero a todos nos gusta sentirnos protegidos por alguien más poderoso que nosotros, puede usar su violencia para defendernos y también podemos sacar provecho de sus cualidades, especialmente su riqueza. Así que el que quiere prestigio es generoso con sus vasallos y violento con sus oponentes.

Todo esto recuerda enormemente a las familias mafiosas, pero no siempre es el dominio físico lo que cuenta. La belleza, ciertos talentos o habilidades, la inteligencia, la diplomacia, pueden ser valores importantes para granjearse respeto y prestigio

Siguiendo a Veblen y Bell, Pinker propone cuatro cánones en referencia al prestigio social: el ocio manifiesto, el consumo suntuoso, la ostentación derrochadora y el agravio suntuoso.

Creo que los tres primeros se entienden sin necesidad de explicación. No vamos enseñando por ahí nuestras cuentas bancarias pero debemos hacer que los demás sepan lo abultadas que son y lo manifestamos a través de símbolos, las más de las veces sin valor en sí mismos, es decir, inútiles, pero escasos y caros. El más rico derrocha mientras el derroche no le haga más pobre que aquellos a los que quiere impresionar, el resto derrocha intentando imitar a los del escalafón superior. Los más pobres son los que tiran la casa por la ventana cuando se casa un hijo, por ejemplo, también los que con más facilidad se matan a navajazos.

El cuarto canon, el agravio suntuoso es muy curioso, explica las excentricidades de las estrellas del cine, la música, etc. Porque, aunque hasta los mas poderosos necesitan llevarse bien con quienes les rodean, una forma de mostrar seguridad y confianza en la propia condición social es ofender. Los caprichos, la arrogancia y hasta la vulgaridad más zafia son muestras de ello.

El mecanismo de la moda surge de la necesidad de ostentar y diferenciarse. Los más altos en la jerarquía hacen su moda para distinguirse de los demás, pero cuando el resto les imitan hasta ya no se distinguirse inventan una nueva moda a la que sólo ellos tengan acceso (de momento), y lo demás se califica de desfasado y paleto. El glamour les pertenece en exclusiva.

Aunque eso sí, los de las clases más altas son los que se pueden permitir imitar a los de las clases más bajas pues nadie les va a confundir, ser campechanos y mezclarse con el populacho. Haciendo esto se distinguen de sus inmediatos inferiores a los que jamás se les ocurriría.

En el arte, las cohortes de fanáticos admiradores de lo último, de lo aún no descubierto, tratan de adornarse con un aura de glamour que agrande su prestigio.

Pero vamos, tampoco quiero representar burlonamente los extremos como si el resto estuviéramos a salvo. Por desgracia este afán irracional de estatus y admiración está profundamente enraizado en todos los humanos tanto en sus manifestaciones sociales más amables y comprensibles como en las más groseras y destructivas.

No está el mundo para derroches.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Siempre he pensado que la ostentación suele venir de los nuevos ricos, aprendí o mejor dicho lo viví en mi casa, que dentro de la "grandeza" de mi padre, que fué un hombre de mucho prestigio, al que incluso le hicieron un homenaje público, que procedía de una familia noble, siempre fué la sencillez su lema.
Pero esa que nace de dentro, no por auto suficiencia. Nos dió a sus hijos toda una lección de vida. Y es por eso que nos hemos sabido adaptar a cualquier circunstancia después. Porque la vida da muchas vueltas y hoy estás arriba y mañana puedes estar tocando fondo. Lo importante es saber que estamos de paso y poder dormir tranquilo. Y sobre todo, ser felíz con lo que eres, no con lo que tienes.
Genial lo que has escrito, con un depurado estilo. Me ha gustado mucho. Gracias por tus comentarios.
Un beso

4/10/07 04:20  
Blogger Esscarolo said...

Gracias a ti.

Lo de los nuevos ricos no la había pensado, pero sí, es coherente con el resto.

Besos.

5/10/07 00:12  

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