Estrategias reproductivas en hombres y mujeres.
Resulta evidente que en la mayoría de los mamíferos la hembra aporta a la procreación mucho más que el macho. Su apuesta es mucho mayor, un largo embarazo y los largos cuidados de la infancia hacen que el número de hijos que puede tener sea bastante limitado, mientras que en el caso de los machos esta limitación es mucho menor, puede fecundar a muchas hembras a lo largo de su vida y tener muchísimos descendientes sin preocuparse de su gestación ni de su crianza, esto da lugar a una diferencia de intereses que explica muchos comportamientos de ambos. Sin embargo en algunas especies, debido a la dificultad de sacar adelante a la prole, es necesario que el macho ayude a la hembra y se formen parejas parentales estables, al menos durante un tiempo.
La teoría de la psicología evolucionista para los seres humanos es que operan las dos estrategias simultáneamente: el hombre permanece junto a la hembra cuidando de la prole para asegurar su supervivencia pero nada le impide alejarse brevemente para fecundar a otras hembras. La probabilidad de que los hijos así concebidos sobrevivan es menor pero no nula y a la evolución le encantan las probabilidades. La mujer elegirá para reproducirse al macho con los mejores genes posibles (más apto para la supervivencia), y también al que esté dispuesto a permanecer junto a ella.
Una primera e interesante consecuencia de todo esto son los celos. El macho celoso se asegura de no gastar recursos en la crianza de hijos ajenos. La hembra celosa se asegura de que el macho no gastase recursos en otras hembras u otros hijos. Así, los genes para los celos favorecían las réplicas del genoma y se extendieron entres los primeros humanos.
Otra consecuencia es el amor. La relación basada en una atracción sentimental es más estable y da mayores probabilidades de reproducción exitosa. La hembra puede perdonar un desliz pero no una relación sentimental que ponga en peligro el aporte de recursos del macho, tendrá que asegurarse de que el macho se quedará a su lado, es decir, que está enamorado hasta las trancas, y además deberá convencerle de que ella le será fiel, no tendrá relaciones con otros y no habrá duda sobre la procedencia de los hijos. Las dos cosas las consigue dejando claro que no es una chica fácil, poner a prueba al candidato que deberá mostrarle su capacidad para comprender sus necesidades y cuidar de ella, y demostrarle que no le van los encuentros casuales. A menudo se presentará inocente y candorosa.
El hombre va buscando también una mujer para emparejarse mientras trata de fecundar el mayor número posible de mujeres "fáciles". Cuando la encuentra, el periodo de prueba a que le somete la mujer le sirve para asegurarse de que no está embarazada de otro. La famosa distinción entre la santa esposa y madre, alejada de las tentaciones y la puta ocasional para desfogues sexuales se explica de esta manera aunque en nuestros días el uso de métodos anticonceptivos la despoje de su sentido original.
Otra consecuencia curiosa es la tendencia de las mujeres a preferir los chicos malos. Malos hasta cierto punto, malos pero con posibilidades de regeneración. Veamos como se explica. Para ello tenemos que ir más allá de los hijos y pensar en los nietos. Un hombre con mayor tendencia a usar la estrategia de fecundar al mayor número de mujeres puede trasmitir los genes responsables de ello a sus hijos, con lo que estos, portadores tanto de esos genes como de los suyos propios, le proporcionarán más nietos, más copias de su genoma.
Aclarar aquí que los hijos comparten el cincuenta por ciento del genoma de cada uno de sus progenitores, los nietos el veinticinco del de sus abuelos, etc., no el cien por cien.
Así pues las mujeres tienen esa tendencia hacia los "chicos malos" siempre y cuando se enamoren, se comprometan, y dejen atrás la estrategia del mayor número.
Desde luego esto es nuestra naturaleza, lo que hay en nuestros genes, para entenderlo debemos ponernos en el lugar de nuestros ancestros de las primeras sociedades humanas cuando tenía pleno sentido atendiendo a las leyes de la evolución biológica, pero esclarece enormemente los orígenes de nuestra cultura, nuestras tendencias innatas y algunos de nuestros conflictos.
Desde este punto de vista supongo que a nadie se le escapa que el amor (el romanticismo) no sale muy bien parado. Las cosas se complican aún más si introducimos las nociones de engaño y autoengaño. Ciertamente, debido a esta diferencia de intereses entre hombres y mujeres, las tácticas de manipulación se ponen en juego, ambos deben convencer al otro de su fidelidad antes de formar la pareja estable pero se reservan en secreto la opción de marcharse con una pareja mejor. Sin embargo, el engaño es muy costoso (baste decir que los mentirosos compulsivos tienen algunas zonas del cerebro hiperdesarrolladas) y por otro lado somos bastante hábiles para al menos desconfiar de quién trata de engañarnos. El engaño es menos costoso y más efectivo si uno se lo cree. Tan fácil como desplegar nuestros encantos… mientras evaluamos los del otro.
Pero vamos, rompo una lanza a favor del amor, la naturaleza nos da los sentimientos, la cultura los matiza (digámoslo así) y cada cual hace con ellos lo que puede y le da la gana.
La teoría de la psicología evolucionista para los seres humanos es que operan las dos estrategias simultáneamente: el hombre permanece junto a la hembra cuidando de la prole para asegurar su supervivencia pero nada le impide alejarse brevemente para fecundar a otras hembras. La probabilidad de que los hijos así concebidos sobrevivan es menor pero no nula y a la evolución le encantan las probabilidades. La mujer elegirá para reproducirse al macho con los mejores genes posibles (más apto para la supervivencia), y también al que esté dispuesto a permanecer junto a ella.
Una primera e interesante consecuencia de todo esto son los celos. El macho celoso se asegura de no gastar recursos en la crianza de hijos ajenos. La hembra celosa se asegura de que el macho no gastase recursos en otras hembras u otros hijos. Así, los genes para los celos favorecían las réplicas del genoma y se extendieron entres los primeros humanos.
Otra consecuencia es el amor. La relación basada en una atracción sentimental es más estable y da mayores probabilidades de reproducción exitosa. La hembra puede perdonar un desliz pero no una relación sentimental que ponga en peligro el aporte de recursos del macho, tendrá que asegurarse de que el macho se quedará a su lado, es decir, que está enamorado hasta las trancas, y además deberá convencerle de que ella le será fiel, no tendrá relaciones con otros y no habrá duda sobre la procedencia de los hijos. Las dos cosas las consigue dejando claro que no es una chica fácil, poner a prueba al candidato que deberá mostrarle su capacidad para comprender sus necesidades y cuidar de ella, y demostrarle que no le van los encuentros casuales. A menudo se presentará inocente y candorosa.
El hombre va buscando también una mujer para emparejarse mientras trata de fecundar el mayor número posible de mujeres "fáciles". Cuando la encuentra, el periodo de prueba a que le somete la mujer le sirve para asegurarse de que no está embarazada de otro. La famosa distinción entre la santa esposa y madre, alejada de las tentaciones y la puta ocasional para desfogues sexuales se explica de esta manera aunque en nuestros días el uso de métodos anticonceptivos la despoje de su sentido original.
Otra consecuencia curiosa es la tendencia de las mujeres a preferir los chicos malos. Malos hasta cierto punto, malos pero con posibilidades de regeneración. Veamos como se explica. Para ello tenemos que ir más allá de los hijos y pensar en los nietos. Un hombre con mayor tendencia a usar la estrategia de fecundar al mayor número de mujeres puede trasmitir los genes responsables de ello a sus hijos, con lo que estos, portadores tanto de esos genes como de los suyos propios, le proporcionarán más nietos, más copias de su genoma.
Aclarar aquí que los hijos comparten el cincuenta por ciento del genoma de cada uno de sus progenitores, los nietos el veinticinco del de sus abuelos, etc., no el cien por cien.
Así pues las mujeres tienen esa tendencia hacia los "chicos malos" siempre y cuando se enamoren, se comprometan, y dejen atrás la estrategia del mayor número.
Desde luego esto es nuestra naturaleza, lo que hay en nuestros genes, para entenderlo debemos ponernos en el lugar de nuestros ancestros de las primeras sociedades humanas cuando tenía pleno sentido atendiendo a las leyes de la evolución biológica, pero esclarece enormemente los orígenes de nuestra cultura, nuestras tendencias innatas y algunos de nuestros conflictos.
Desde este punto de vista supongo que a nadie se le escapa que el amor (el romanticismo) no sale muy bien parado. Las cosas se complican aún más si introducimos las nociones de engaño y autoengaño. Ciertamente, debido a esta diferencia de intereses entre hombres y mujeres, las tácticas de manipulación se ponen en juego, ambos deben convencer al otro de su fidelidad antes de formar la pareja estable pero se reservan en secreto la opción de marcharse con una pareja mejor. Sin embargo, el engaño es muy costoso (baste decir que los mentirosos compulsivos tienen algunas zonas del cerebro hiperdesarrolladas) y por otro lado somos bastante hábiles para al menos desconfiar de quién trata de engañarnos. El engaño es menos costoso y más efectivo si uno se lo cree. Tan fácil como desplegar nuestros encantos… mientras evaluamos los del otro.
Pero vamos, rompo una lanza a favor del amor, la naturaleza nos da los sentimientos, la cultura los matiza (digámoslo así) y cada cual hace con ellos lo que puede y le da la gana.
7 Comments:
Y yo me miro mi pulgar y me pregunto para qué tanta evolución... aysssssss.
Claro, que tiendo a enamorarme de piratas... al final tendreis razón!!
Bueno, pero lo primero es por que no eres un oso panda ;)
Jajajajaja ya pero más bien es porque suelo pensar que si el hombre desciende del mono hay demasiados que no llegan tan arriba ni de coña... jeje
Jeje, sí, somos un poco "monocéntricos"
Absolutamente impresionante.
Me descubro ante Vos...
Te felicito también.
Saludos.
Y yo me pregunto...ahora que no practicamos el sexo con el único fin de procrear, dejaremos de ser celosos y posesivos con nuestras parejas?
Creo que seríamos más felices si fuéramos menos exigentes en este sentido con nuestras parejas y con nosotros mismos...
Me gustaron tus reflexiones...mucho
Besos y gracias por la visita!
Hola, Toro, me alegro de que te haya gustado.
Gracias, Cascabel. Las tendencias geneticas no nos las vamos a quitar de encima pero no tienen por que ser nuestros criterios de conducta, no necesariamente, o eso creo.
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