miércoles, julio 12, 2006

Psicología evolucionista.

Como decía en una entrada anterior, la evolución produjo al ser humano adaptado a un entorno específico en el que se desenvolvía como cazador y recolector (también carroñero y cleptoparásito) gracias a las capacidades de su cerebro.
Generalmente tener un cerebro grande no es una buena adaptación, consume mucha energía y con un cerebro pequeño se apañan perfectamente la casi totalidad de animales -incluso hay casos de reducción, el más famoso el del triceratops-, pero en el ser humano, debido a nuestra vulnerabilidad como animales (lentos, no muy fuertes, sin armas naturales, poco ágiles, obligados, las hembras, por la configuración de nuestra pelvis a parir hijos poco desarrollados, bastante selectivos a la hora de digerir alimentos, etc.) sí le resultó útil, si no necesario para la supervivencia un cerebro grande. La destreza derivada de este cerebro para transformar el entorno se agigantó enormemente hasta producir, en un periodo de tiempo muy breve -en relación al necesario para que surjan mutaciones significativas por evolución-, un entorno muy distinto al inicial.

Aquellas tendencias adaptativas que sirvieron a nuestros antepasados para sobrevivir y desarrollarse siguen intactas en nosotros, heredadas a través de los genes, y con ellas tenemos que manejarnos para bien y para mal.

Imaginemos que sacamos a un grupo de jirafas de su hábitat natural y las llevamos a un lugar donde los árboles son muy bajitos. El cuello largo, tan útil antes, puede convertirse en un estorbo. Lo que no impide que siga teniendo alguna ventaja, por ejemplo, como arma para golpear.

Pues algo así nos pasa a los humanos con muchos de nuestros instintos. No nos determinan pero nos influyen, seguramente nos complican la vida, pero no vemos nada clara la ventaja de deshacernos de ellos, por lo menos en algunos casos. La cultura se desarrolla a partir de la naturaleza, como una parte más de ella, pero después cobra cierta independencia. El objetivo genético, reproducir el máximo de copias de sí mismo, se ha perdido, y hoy los mejor adaptados, sean quienes sean, no tienen mas hijos que el resto, con lo que la evolución biológica se detiene.

Veamos algunos ejemplos de este tipo de conductas. Uno típico es comer sin freno. Hartarnos de grasas, un delicioso impulso que puede traer problemas de salud heredado de tiempos en que un día había comida y al siguiente podía faltar. Además la forma de almacenar más caloráis en el cuerpo es en forma de grasas, los hidratos están muy limitados. No importa que hoy tengamos, al menos en occidente, garantías de que mañana no nos faltará comida.

La urgencia del impulso sexual, ¿de qué sirve en un tiempo en que la procreación se planifica con cuidado y se reduce a muy pocos hijos por pareja? ¿De que sirve ya que los niños se peleen entre ellos, cacen moscas o tiren piedras? ¿De qué sirve el miedo a la oscuridad?

Una de las cosas que considero más significativa de las heredadas de nuestros ancestros es nuestra credulidad. En tiempos de expansión de la razón y la ciencia, seguimos creyendo con facilidad en intuiciones, rumores, sentimientos, etc., porque todos ellos fueron más útiles para la supervivencia que la razón. La razón tuvo su parte, era útil para algunas cosas, pero demasiado lenta para otras, ante una posible amenaza es mejor salir huyendo que ponerse a calcular riesgos. Creer lo que todo el mundo cree te mantiene unido al grupo y seguro, tal vez las malas leguas se equivocan pero es mejor no ponerse contra ellas.

Otra es la relacionada con la sexualidad y el cortejo que explica, al menos en parte, muchos comportamientos humanos.

Los conflictos generacionales, los conflictos entre hermanos, la violencia… son muchos los asuntos que se pueden entender mejor a la luz de la psicología evolucionista.

Hablaré de algunos en próximas entradas.
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