lunes, junio 12, 2006

Moral.

Miro el mundo y veo muchas cosas que no me gustan, son de una manera pero pienso que deberían ser de otra. Para saber como son uso la razón, pero para definir como deberían ser no encuentro fundamento en la razón. Con la razón hago juicios de existencia, esto existe, esto no existe, esto es verdadero esto es falso, y ahora quiero hacer juicios sobre la bondad o maldad de las cosas. Que exista el crimen no me dice nada sobre su bondad o su maldad. Así que igual que en el caso de la razón uso axiomas que acepto arbitrariamente, sin posible demostración, ahora tomo un o unos axiomas morales elegidos también enteramente según mi parecer –mis tripas, mis sentimientos. A partir de esos axiomas, utilizando ya sí la razón, obtendré normas morales generales y su aplicación a casos concretos.

A muchas personas la palabra moral les suena fatal, la identifican con la moral religiosa, la moral burguesa, las buenas costumbres... Entiendo como moral todo sistema que permite decidir qué está bien y qué está mal, así pues estas personas probablemente también tienen su moral, también hay cosas que les parecen buenas y cosas que les parecen malas, sólo que su moral no coincide con la de ninguna religión, etc.

También hay quien opina que desde un punto de vista agnóstico o ateo, considerando que no existe el alma y que ni el universo, ni la vida, ni el ser humano tienen propósito alguno, no se puede establecer un sistema moral, ¿Qué nos impide hacer cuanto esté en nuestra mano para el provecho propio, máxime considerándonos producto de nuestro genes egoístas?

Indudablemente no necesito a ningún dios que me diga qué está bien y qué está mal y que me amenace con grandes sufrimientos para que yo tenga mi propio criterio. Así que este asunto dejémoslo aquí. En cuanto a los genes egoístas está demostrado de muchas maneras diferentes y es fácil de comprender que hay infinidad de circunstancias en las que la cooperación puede proporcionar muchos más beneficios que la rapiña.

El hecho es que tenemos sentimientos, producidos por la evolución biológica, que componen el sentido moral. Según Haidt se pueden dividir en cuatro grandes familias:

-Sentimientos de condena del otro que inducen a castigar a los tramposos: desprecio, ira, indignación.

-Sentimientos de elogio del otro que inducen a recompensar a los altruistas: la gratitud, la admiración o sentimiento de elevación y respeto.

-Sentimientos ante el sufrimiento que inducen a ayudar al necesitado: comprensión, compasión, empatía.

-Sentimientos de conciencia que nos inducen a evitar el engaño y reparar sus consecuencias: culpa, vergüenza, oprobio.

El problema es a qué o quién aplicamos estos sentimientos. Imaginemos que trazamos un círculo a nuestro alrededor, dentro de él lo que creemos digno de consideración moral, fuera lo que no.

Considero que un avance moral es la ampliación de este círculo. De lo más primario, sólo yo mismo soy digno de consideración moral, se amplía el círculo a la familia, a los amigos, a los de Villabajo contra los del Villarriba, a mi patria, o mi clase o mi raza. En la historia vemos algunos de estos avances morales: de los aristócratas a todo el pueblo, de una raza a otras, de los hombres a las mujeres, a los niños, a los recién nacidos, y también a los delincuentes, los prisioneros de guerra, los enemigos civiles, los discapacitados mentales, también ahora, según parece, a los chimpancés, orangutanes y gorilas. Y esperemos que igualmente a los ecosistemas y a todo el planeta como sistema único y complejo.

Al principio dije que los axiomas morales se aceptan o no arbitrariamente. Hay quien piensa que está en nuestra naturaleza saber qué está bien y qué está mal y tal vez esto que he expuesto parezca confirmarlo. Pero no lo creo así. La naturaleza es compleja y nos dota con toda clase de impulsos, está en nuestra mano discernir los buenos de los malos y cada cuál se las tiene que apañar con ello. Un ejemplo: por naturaleza sentimos repelús ante la sola idea de acostarnos con un hermano o hermana, pero ¿quién condenaría a dos hermanos que libremente decidieran hacerlo, especialmente si toman precauciones y evitan lo que, por naturaleza, provoca el repelús: los hijos malformados?

Abandonar cualquier tipo de "patriotismo" egóico, no excluir a nadie de nuestro círculo de consideración moral, es una vía coherente con nuestra naturaleza de lograr un mundo mejor, y no necesita de almas ni dioses ni más sentido del mundo que el que nosotros queramos darle.

(Ver “La tabla rasa” de Steven Pinker)
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